Imperioso, colérico, impulsivo, exagerado en todo, con un desorden en la imaginación, en lo que atañe a las costumbres, como no hubo semejante; ateo hasta el fanatismo, heme aquí en dos palabras, y algo más todavía: matadme o aceptadme tal cual soy, pues no cambiaré.

 

Prefirieron matarlo. Al comienzo a fuego lento en el tedio de los calabozos y, después, por la calumnia y el olvido. Esta clase de muerte, la había deseado: Una vez cubierta la fosa sembrarán encima de ella bellotas para que después... las huellas de mi tumba desaparezcan de la superficie de la tierra; me complazco en pensar que mi memoria se borrará también en el espíritu de los hombres... De sus últimas voluntades, sólo ésta fue respetada, pero con un cuidado especial: el recuerdo de Sade ha sido desfigurado por leyendas estúpidas; su nombre mismo diluido en pesados vocablos: sadismo, sádico. Sus diarios íntimos fueron perdidos, quemados sus manuscritos —los diez volúmenes de sus Jornadas de Florabelle, con la instigación de su propio hijo— sus libros prohibidos. Si bien hacia las postrimerías del siglo xix Swinburne y algunos curiosos se interesaron por su caso, fue preciso aguardar a Apollinaire para que se le devolviera su lugar en las letras francesas. Lugar que todavía se halla lejos de haber conquistado oficialmente.

El Marqués de Sade - Simone de Beauvoir ISBN (Deposito legal) 11723

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Imperioso, colérico, impulsivo, exagerado en todo, con un desorden en la imaginación, en lo que atañe a las costumbres, como no hubo semejante; ateo hasta el fanatismo, heme aquí en dos palabras, y algo más todavía: matadme o aceptadme tal cual soy, pues no cambiaré.

 

Prefirieron matarlo. Al comienzo a fuego lento en el tedio de los calabozos y, después, por la calumnia y el olvido. Esta clase de muerte, la había deseado: Una vez cubierta la fosa sembrarán encima de ella bellotas para que después... las huellas de mi tumba desaparezcan de la superficie de la tierra; me complazco en pensar que mi memoria se borrará también en el espíritu de los hombres... De sus últimas voluntades, sólo ésta fue respetada, pero con un cuidado especial: el recuerdo de Sade ha sido desfigurado por leyendas estúpidas; su nombre mismo diluido en pesados vocablos: sadismo, sádico. Sus diarios íntimos fueron perdidos, quemados sus manuscritos —los diez volúmenes de sus Jornadas de Florabelle, con la instigación de su propio hijo— sus libros prohibidos. Si bien hacia las postrimerías del siglo xix Swinburne y algunos curiosos se interesaron por su caso, fue preciso aguardar a Apollinaire para que se le devolviera su lugar en las letras francesas. Lugar que todavía se halla lejos de haber conquistado oficialmente.