Gonzalo Arango  por Eduardo Escobar  Libro editado por PROCULTURA  ISBN 9589043666 LIBRO LEÍDO

H0003

Cuando el joven Gonzalo Arango Arias abandonó la universidad para entregarse a la literatura, se retiró a una finquita de unos parientes suyos, acompañado por un perro viejo y una calavera, robada en el cementerio de San Pedro de Medellín, que le recordara sus ensueños de gloria. Solamente comían naranjas, me contaba, él y el perro porque la otra ya había comido; don Paco Arango, su padre, fue a visitarlo, preocupado. Y no le gustó ni cinco lo que vio: el joven poeta macilento y amarillo, el amasijo de huesos ácidos amargamente despelambrado, se entregaba a escribir una novela. El título decía todo. Se llamaba Después del hombre.

En esos pueblos necesitados de Antioquia entonces, parroquias mineras agotadas, pedreros de ilusiones, cafetales, y entre esas gentes cerreras y desconfiadas, breñosas y prácticas, un escritor era un bicho de lo más raro, una pérdida de tiempo. Don Paco que era como todos los pacos de esos pueblos, cándido, crédulo, sensato y obvio, le rogó compungidamente que se dejara de pendejadas, que volviera a la universidad más bien, que terminara el derecho. Gonzalo permaneció inflexible

Gonzalo Arango por Eduardo Escobar - ISBN 9589043666

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Cuando el joven Gonzalo Arango Arias abandonó la universidad para entregarse a la literatura, se retiró a una finquita de unos parientes suyos, acompañado por un perro viejo y una calavera, robada en el cementerio de San Pedro de Medellín, que le recordara sus ensueños de gloria. Solamente comían naranjas, me contaba, él y el perro porque la otra ya había comido; don Paco Arango, su padre, fue a visitarlo, preocupado. Y no le gustó ni cinco lo que vio: el joven poeta macilento y amarillo, el amasijo de huesos ácidos amargamente despelambrado, se entregaba a escribir una novela. El título decía todo. Se llamaba Después del hombre.

En esos pueblos necesitados de Antioquia entonces, parroquias mineras agotadas, pedreros de ilusiones, cafetales, y entre esas gentes cerreras y desconfiadas, breñosas y prácticas, un escritor era un bicho de lo más raro, una pérdida de tiempo. Don Paco que era como todos los pacos de esos pueblos, cándido, crédulo, sensato y obvio, le rogó compungidamente que se dejara de pendejadas, que volviera a la universidad más bien, que terminara el derecho. Gonzalo permaneció inflexible